En una solitaria isla existió un laboratorio equipado con todo aquello que una pequeña niña puede necesitar. Bajo las instrucciones de su nana, la niña tenía los estantes y las mesas de trabajo bien limpiecitos. Los libros estaban formados de acuerdo a su color y tamaño. Los químicos y objetos filosos permanecían dentro de sus cajones asignados.
En su recámara, guardaba bajo llave la computadora central donde a través de la red se comunicaba con el resto del mundo para buscar las actualizaciones más novedosas y almacenaba los últimos conocimientos científicos, literarios y filosóficos.
Todos los días leía al menos tres libros completos y escribía formulas matemáticas en un pizarrón hecho especialmente para ella. Tanto conocimiento le producía una infinidad de ideas utópicas que se concentraban en su pequeña cabecita.
Para evitar colapsos, en las noches prendía un aparatito que le permitía extraer las ideas que producían sus sueños. Al otro día guardaba esas ideas en botellitas catalogadas de acuerdo al grosor, color y largo de cada una de esas hebras oníricas.
Las botellitas se fueron acumulando hasta formar una enorme Ideoteca. La conformaban largos pasillos que abarcaban desde descubrimientos gastronómicos hasta conspiraciones cósmicas.
Una mañana la infanta despertó sedienta. Mandó llamar a la nana, pero ésta nunca apareció. Después de tanto gastar sus pulmoncitos, se puso las pantunflas y soñolienta caminó hasta la cocina. Avanzó por los largos corredores cuyos estantes estaban repletos de botellitas de diferentes colores. La respiración de la pequeña rebotaba en las paredes y el eco le golpeaba las orejas con brusquedad.
Después de tanto caminar llegó a la cocina y se encontró frente a frente con su nana, pero ésta no la veía. Descansaba tranquila en una mecedora cuya dirección daba hacia la luz lunar a través de una ventana. Sus ojos quietos no dieron señal de vida.
La niña por primera vez sintió un enorme vacío en el pecho. Pasó más de una semana tratando de pensar que haría tan sola. Tras largas cavilaciones llegó a la conclusión de formar una nación de personas iguales a ella. Así que fabricó un propulsor de cohetes y en él colocó algunas botellas cuyas ideas nadaban a sus anchas bajo los límites cristalinos.
¡Pum! Salió una botella disparada al vacío. Hermosas llamas azules, verdes y rojas adornaban el cielo nocturno. Turistas y marineros vecinos observaban con atención aquellas ideas resplandecientes.
Hubo quien al ver las manifestaciones y las teorías pragmáticas tan elaboradas le evocaban bostezos y torcían la nariz de lo anticuado que le resultaba todo ello.
Un marinero conservador, famoso aventurero de alta mar, se tapó los ojos al ver tales ultrajes y elaboró una petición al gobierno más cercano de bardear aquella isla para que nadie pudiera ver esas barbaridades.
Los turistas se maravillaban por los hermosos colores pero nadie se imaginó que aquello iba en serio: que la infanta deseaba hallar otros puntos en común, individuos con ideas afines a ella; pero lo único que consiguió fue una nota reposada en el pico de una gaviota. En ella, el vigilante del faro le sugería abandonar toda idea revolucionaria de su cabeza.
“No te gastes más, mi niña, tu tarea es inútil, nadie dejará su cómoda vida para vivir bajo filosofías y constelaciones adversas.”
La niña decepcionada hasta los tuétanos, lanzó al mar cada una de sus botellitas. El cristal acumulado en el agua emanó un arco iris cegador que llegó hasta el otro continente y quedó impregnado en los diarios por dos meses: “Extra… extra… un arco iris gigante nos guía hasta el tesoro perdido… extra.”
Sí, ese tesoro era el conocimiento, pero nadie más podría disfrutarlo. Cansada, la infanta se sentó en la misma mecedora en que halló a su nana plácida y tiesa. Desde ese ángulo la luna parecía más hermosa, profunda, eterna y consoladora.
La misma luna se entristeció al ver a la idealista decadente enfrascada bajo sus propios temores. Abrió la boca y con su canto levantó olas enormes que rozaban el cielo, a su paso recogían las botellas y las aventaban lo más lejos posible.
Años después la primera botella por fin tocó tierra. Un joven que pasaba por ahí la tomó y se la llevó a su casa. Vertió el contenido en un plato sopero y pasó varias horas tratando de averiguar qué era aquello que se me movía como gelatina. Desesperado por no encontrarle explicación al líquido movedizo, que a simple vista era espléndido, se bebió todo de un sólo sorbo. Lentamente las ideas contenidas en ese frasco se expandieron a sus anchas sobre los cómodos pliegues del cerebro. Una chispa de luz se encendió y una nueva perspectiva le dio vuelta a su vida.
Poco a poco las botellas llegaron a tierra firme y fueron recogidas por diferentes tipos de personas, quienes de acuerdo a su personalidad le dieron a las ideas un uso particular: Señoras que regaron con ellas sus flores, artistas cuyas creaciones fueron inolvidables años después, científicos que convirtieron el líquido en leyes y teorías, hackers que transformaron las hebras en software, diseñadores que transformaron las ideas en conceptos de imágenes, y mucho más. El mundo sin querer había cambiado.
Un día un aventurero quiso buscar a la creadora de esas botellitas y viajó por mares hasta hallar la isla. Lo que encontró fue un cuarto cuyo techo estaba impregnado de estrellas y una hermosa luna de papel. En medio se mecía una sofisticada silla mecedora, donde una viejita no dejaba de mirar aquella constelación que fue creada por sus propias manos.
La convenció de abandonar la isla con el fin de que comprobar por ella misma aquel mundo confeccionado por sus sueños. Ella salió de la isla con paso lento y en un transporte aerodinámico el aventurero y la idealista viajaron por el mundo.
Una vez que recorrió el mundo y observó como cada una de las ideas embotelladas que creó, sólo por el placer de hacerlo, habían tomado forma y destino, cerró los ojos y comenzó a llorar, luego le dijo al aventurero:
- Yo nunca quise cambiar al mundo ni provocar revoluciones y cambios industriales, mi deseo fue tener unos pocos amigos para no estar sola, como lo he estado tantos y tantos años. A cambio tú me ofreces un mundo elaborado con retazos de mis propios sueños, pensamientos que las teorías de libros y el sistema metodológico del universo tejieron en mi cerebro… Confieso que ver el resultado me provoca un poco de miedo, me percibo en cada una de esas personas y sin embargo ellos aún no saben que existo... ¡Es hermoso, joven, muchas gracias por mostrármelo!
El aventurero le secó las lágrimas a la vieja demiurga y le pidió que de favor le mostrara más, que aún faltaba mucho por hacer para conseguir la paz en el Universo. Pero ella sólo alcanzó a decir:
- Ese camino ya no me corresponde, ahora les toca a los demás crear sus propias botellas para compartir.
- Pero señora, ¿cómo nos deja una tarea tan difícil? Al menos dígame como se fabrican las botellitas ideáticas.
- Es muy sencillo –dijo la vieja ya sin fuerzas- sólo piense, pero piense en serio.
Y al decir esto último, la demiurga ideológica murió al instante, lo que provocó que el aventurero pensara y meditara sobre lo que le habría querido decir. No pudo dormir en dos días, sólo pensaba y pensaba, cuando al fin logró descansar, tuvo el aventurero unos sueños fantásticos que le revelaron la razón de su ser y el núcleo metafísico de su existencia. Al amanecer, cinco botellitas resplandecientes con un líquido gelatinoso de colores lo acompañaban en el buró al lado de su cama.
En su recámara, guardaba bajo llave la computadora central donde a través de la red se comunicaba con el resto del mundo para buscar las actualizaciones más novedosas y almacenaba los últimos conocimientos científicos, literarios y filosóficos.
Todos los días leía al menos tres libros completos y escribía formulas matemáticas en un pizarrón hecho especialmente para ella. Tanto conocimiento le producía una infinidad de ideas utópicas que se concentraban en su pequeña cabecita.
Para evitar colapsos, en las noches prendía un aparatito que le permitía extraer las ideas que producían sus sueños. Al otro día guardaba esas ideas en botellitas catalogadas de acuerdo al grosor, color y largo de cada una de esas hebras oníricas.
Las botellitas se fueron acumulando hasta formar una enorme Ideoteca. La conformaban largos pasillos que abarcaban desde descubrimientos gastronómicos hasta conspiraciones cósmicas.
Una mañana la infanta despertó sedienta. Mandó llamar a la nana, pero ésta nunca apareció. Después de tanto gastar sus pulmoncitos, se puso las pantunflas y soñolienta caminó hasta la cocina. Avanzó por los largos corredores cuyos estantes estaban repletos de botellitas de diferentes colores. La respiración de la pequeña rebotaba en las paredes y el eco le golpeaba las orejas con brusquedad.
Después de tanto caminar llegó a la cocina y se encontró frente a frente con su nana, pero ésta no la veía. Descansaba tranquila en una mecedora cuya dirección daba hacia la luz lunar a través de una ventana. Sus ojos quietos no dieron señal de vida.
La niña por primera vez sintió un enorme vacío en el pecho. Pasó más de una semana tratando de pensar que haría tan sola. Tras largas cavilaciones llegó a la conclusión de formar una nación de personas iguales a ella. Así que fabricó un propulsor de cohetes y en él colocó algunas botellas cuyas ideas nadaban a sus anchas bajo los límites cristalinos.
¡Pum! Salió una botella disparada al vacío. Hermosas llamas azules, verdes y rojas adornaban el cielo nocturno. Turistas y marineros vecinos observaban con atención aquellas ideas resplandecientes.
Hubo quien al ver las manifestaciones y las teorías pragmáticas tan elaboradas le evocaban bostezos y torcían la nariz de lo anticuado que le resultaba todo ello.
Un marinero conservador, famoso aventurero de alta mar, se tapó los ojos al ver tales ultrajes y elaboró una petición al gobierno más cercano de bardear aquella isla para que nadie pudiera ver esas barbaridades.
Los turistas se maravillaban por los hermosos colores pero nadie se imaginó que aquello iba en serio: que la infanta deseaba hallar otros puntos en común, individuos con ideas afines a ella; pero lo único que consiguió fue una nota reposada en el pico de una gaviota. En ella, el vigilante del faro le sugería abandonar toda idea revolucionaria de su cabeza.
“No te gastes más, mi niña, tu tarea es inútil, nadie dejará su cómoda vida para vivir bajo filosofías y constelaciones adversas.”
La niña decepcionada hasta los tuétanos, lanzó al mar cada una de sus botellitas. El cristal acumulado en el agua emanó un arco iris cegador que llegó hasta el otro continente y quedó impregnado en los diarios por dos meses: “Extra… extra… un arco iris gigante nos guía hasta el tesoro perdido… extra.”
Sí, ese tesoro era el conocimiento, pero nadie más podría disfrutarlo. Cansada, la infanta se sentó en la misma mecedora en que halló a su nana plácida y tiesa. Desde ese ángulo la luna parecía más hermosa, profunda, eterna y consoladora.
La misma luna se entristeció al ver a la idealista decadente enfrascada bajo sus propios temores. Abrió la boca y con su canto levantó olas enormes que rozaban el cielo, a su paso recogían las botellas y las aventaban lo más lejos posible.
Años después la primera botella por fin tocó tierra. Un joven que pasaba por ahí la tomó y se la llevó a su casa. Vertió el contenido en un plato sopero y pasó varias horas tratando de averiguar qué era aquello que se me movía como gelatina. Desesperado por no encontrarle explicación al líquido movedizo, que a simple vista era espléndido, se bebió todo de un sólo sorbo. Lentamente las ideas contenidas en ese frasco se expandieron a sus anchas sobre los cómodos pliegues del cerebro. Una chispa de luz se encendió y una nueva perspectiva le dio vuelta a su vida.
Poco a poco las botellas llegaron a tierra firme y fueron recogidas por diferentes tipos de personas, quienes de acuerdo a su personalidad le dieron a las ideas un uso particular: Señoras que regaron con ellas sus flores, artistas cuyas creaciones fueron inolvidables años después, científicos que convirtieron el líquido en leyes y teorías, hackers que transformaron las hebras en software, diseñadores que transformaron las ideas en conceptos de imágenes, y mucho más. El mundo sin querer había cambiado.
Un día un aventurero quiso buscar a la creadora de esas botellitas y viajó por mares hasta hallar la isla. Lo que encontró fue un cuarto cuyo techo estaba impregnado de estrellas y una hermosa luna de papel. En medio se mecía una sofisticada silla mecedora, donde una viejita no dejaba de mirar aquella constelación que fue creada por sus propias manos.
La convenció de abandonar la isla con el fin de que comprobar por ella misma aquel mundo confeccionado por sus sueños. Ella salió de la isla con paso lento y en un transporte aerodinámico el aventurero y la idealista viajaron por el mundo.
Una vez que recorrió el mundo y observó como cada una de las ideas embotelladas que creó, sólo por el placer de hacerlo, habían tomado forma y destino, cerró los ojos y comenzó a llorar, luego le dijo al aventurero:
- Yo nunca quise cambiar al mundo ni provocar revoluciones y cambios industriales, mi deseo fue tener unos pocos amigos para no estar sola, como lo he estado tantos y tantos años. A cambio tú me ofreces un mundo elaborado con retazos de mis propios sueños, pensamientos que las teorías de libros y el sistema metodológico del universo tejieron en mi cerebro… Confieso que ver el resultado me provoca un poco de miedo, me percibo en cada una de esas personas y sin embargo ellos aún no saben que existo... ¡Es hermoso, joven, muchas gracias por mostrármelo!
El aventurero le secó las lágrimas a la vieja demiurga y le pidió que de favor le mostrara más, que aún faltaba mucho por hacer para conseguir la paz en el Universo. Pero ella sólo alcanzó a decir:
- Ese camino ya no me corresponde, ahora les toca a los demás crear sus propias botellas para compartir.
- Pero señora, ¿cómo nos deja una tarea tan difícil? Al menos dígame como se fabrican las botellitas ideáticas.
- Es muy sencillo –dijo la vieja ya sin fuerzas- sólo piense, pero piense en serio.
Y al decir esto último, la demiurga ideológica murió al instante, lo que provocó que el aventurero pensara y meditara sobre lo que le habría querido decir. No pudo dormir en dos días, sólo pensaba y pensaba, cuando al fin logró descansar, tuvo el aventurero unos sueños fantásticos que le revelaron la razón de su ser y el núcleo metafísico de su existencia. Al amanecer, cinco botellitas resplandecientes con un líquido gelatinoso de colores lo acompañaban en el buró al lado de su cama.
¡Hermoso!
ResponderEliminar