miércoles, 29 de julio de 2009

Entrevista a Salvador Dalí por Soler Serrano




































Las conquistas de ahora

Hace unas cuantas semanas me creía una experta en coqueteos y en atrapar a un buen hombre. Me consideraba buena domándolos y mantener el interés flotando. Pero hablando con amigos, me he dado cuenta de que sólo jugaba con mi imaginación. En definitiva, estoy en pañales… o tal vez los tiempos han cambiado y yo no he practicado… en realidad no lo sé… y no es algo que me interese averiguar. Por suerte vivo felizmente casada.

Dentro del campo del filtreo, hasta donde yo me quedé, había reglas, técnicas y estilos. Un lenguaje en común que debías aprender o quedarte fuera. Tan simple como una mirada del caballero, la chica sonríe, el caballero levanta las cejas, ella baja la mirada y la vuelve a subir despacio, una copa en la mesa, él se acerca lentamente y le pide su nombre. Después de una amena charla, él le pide su teléfono y se despiden. Si el joven resultó atractivo le da su teléfono real, si no es el caso, se inventa uno en el momento o le entrega el número que siempre otorga a los perdedores que no han aprendido nada de ligues. Al otro día el caballero comprueba la efectividad de su estilo.

¿Pero qué pasa? Qué ahora ya nadie entiende nada. Todo es tan directo, perverso y macabro. Ya no he visto ese placer innato de cacería para afilar las garras. Ahora es tan simple como ¿vas o no vas?

Mas se entiende que la cultura cambie con el paso de los años, lo curioso es que ha crecido chueco. Los hombres para un lado y las mujeres para el otro.

Lo siento chicos, empecemos con ustedes. He notado la inmediatez de su conquista, ya no les excita la espera ni el coleccionar artificios: a lo que van. CUATRO SEMANAS de dizque conquista y se decepcionan de amor porque la chica que les gusta nunca cayó, y digo, cuatro semanas es mucho.

Otro punto, ya no se las ingenian en ser distintos, creen que pueden estar del otro lado con regalos, palabras bonitas espontáneas o sinceridad, que a mi gusto ya cae en el cinismo:

- Martita, te quiero mucho y me gustas bastante, ojalá que aunque no tenga dinero, tenga mamitis, esté gordo, sea flojo y desarreglado me llegues a querer como lo hago yo.

Otro punto, yo recuerdo que cuando iba en la preparatoria los jóvenes se arreglaban o por lo menos usaban sus mejores camisas, se ponían gel y boleaban sus zapatitos, ahora hasta parece que quieren verse mal desde el principio para que te vayas acostumbrando. Incluso, ¿qué pasó con las exigencias? Ya no es ganarte el número telefónico o la siguiente cita, ahora te lo exigen o te insultan, obligándote a darles el número de tu padre o de tu abuela para que, si se atreven a llamar después del show que te armaron, por lo menos se tengan que chutar el rollo de la abuela.

En las fiestas, bares, antros y karaokes es tan fácil como:
- Señorita, ¿se quiere usted acostar conmigo?

No he visto técnicas de conquista, donde las palabras más halagadoras son estas muy guapa, se ve que eres diferente, eres superbuena onda y te ves súper bien…

Claro que hay de hombres a hombres, están los patanes que se sienten miserables e incomprendidos con sus dos novias y su amante, los que piensan que la chica que no se acuesta en la primera cita es muy niña aún, al que le encanta los retos y prefiere las casaditas, con novios o las más deseadas; hasta los chicos de noble corazón que con cualquier batea de babas se rinden, detestan los estilos y las técnicas porque creen que es deshonesto, son los típicos chicles que se pegan a tu sombra noche y día y no tienen mayor ideal que recibir una llamada tuya, los que se conforman con un: “Eres muy importante para mí y no te quiero perder; pero ahora no puedo enamorarme” para tenerlos pensando en ella todos los días y hacerle sus trabajos, comprarles la despensa, pagarles el saldo del teléfono, etc.

Pero ya no me odien, ahora vayamos con las chicas. Sorprendentemente, me he fijado la increíble saciedad que tienen para coleccionar pretendientes. Se saben perfectamente las técnicas al derecho y al revés, las palabras exactas para mantener a ese chico que babea por ella pegado a su ventana. Escucho a amigos quejarse amargamente porque ya no saben como corregir sus vidas para que su “novia” deje a su “amante”. Se los juro, es verdad.

Pequeñas inocentes que saben fingir un orgasmo e inventarse la justificación más perfecta para poder excusarse. Saben qué decir para que ese amigo se sienta especial sin serlo, que crea que algún día habrá alguna oportunidad y mientras tanto que él la trate como lo haría un novio, pero sin sexo, claro… bueno… a veces.

Y mientras su “amigo especial” le hace su trabajo escolar, ella mira consternada hacia el cielo preguntándose porque es tan desdichada en el amor. Normalmente su príncipe azul es el que sabe que no la va a pelar, que generalmente es el típico gandalla, casado o con unas ganas de libertad inmensas.

¿El mundo anda chueco? Me pregunto. Tal vez así fue siempre, o tal vez esté exagerando y sólo me ha tocado casos extremos. Pero veo a las personas como bolas en una mesa de billar, chocando unas contra otras. Donde normalmente el intercambio de almas es entre dos personas, a la fecha sólo es un truque que intenta de alguna forma llenar un cuerpo con tres almas, a uno que no le toca y otro que únicamente se reserva el derecho de admisión.

Sólo piensen en este punto, y miren que estoy en contra de este tipo de cuestiones, pero en el tiempo de nuestros abuelos, un hombre llegaba a una edad en el que tenía que conseguirse esposa, el asunto no duraba más de dos años a lo mucho. Y vivían juntos para la eternidad. Igual y no eran tan felices y les hubiera gustado experimentar más.

En el tiempo de nuestros padres, el tiempo de prueba duraba más tiempo, por lo que se tardaban como cinco años a lo mucho en elegir mujer. Ahora, hay hombres de 35, 40 años, que aún esperan al amor de su vida, con la esperanza en la mente de que llegará tarde o temprano, y todo esto mientras le ayudan a su madre a lavar los trastes antes de ver la novela juntos.

La respuesta común es: No hay prisa…. Estoy bien solo… Pero me pregunto, si esto es verdad, ¿entonces por qué se complican tanto en el tema del amor? Porque no los que quieren libertad se consiguen a una chica que le encanta experimentar y tener amigos cariñosos, y porque no la chica que desea y espera a su príncipe azul se enamora del chico sombra?

Pero lo gracioso viene aquí, que sí se da el caso de este tipo de unión; sin embargo, el chico liberal que se juntó con la chica liberal le pareció tan grandioso que justo ahora quiere algo serio y sufre porque aunque ella quiere lo mismo ninguno de los dos se atreve a dar el primer paso y entonces mejor se separan.

La chica tierna y soñadora al estar con el chico sombra resulta que al final descubre que necesita más tiempo y sólo lo quiere como amigo porque la experiencia que tiene no es suficiente… Y la meta al final siempre resulta la misma.

Cuando entras en estos terrenos culturales e ideales de pensamiento ves con ridiculez las canciones poperas de amor, las novelas de televisa y las películas cursis y bobas donde hagan lo que hagan los personajes al final mueren de pasión y sólo se conforma con el último beso de amor; y al final te das cuenta de que estas historias no se parecen en nada a la cotidianidad, ¡en la vida real son peor!

Y pesa más un truene, aunque sólo la pareja haya durado mes y medio, que el desempleo, la muerte o el hambre. Con los tres últimos el hombre saca sus últimas fuerzas de la manga, se las ingenia y sigue luchando, tal vez se caiga, pero seguro se levanta tarde o temprano. Cuando terminas con alguien, dejas de creer en Dios, en la vida, te emborrachas, se pierden tus ilusiones, gracias a esto pierdes el trabajo, llega el hambre y con ello la muerte.

Lo bueno es que para eso estamos los amigos, para apoyar al derrotado en el tema más escabroso. Para eso existen los reemplazos, los consoladores y los amigos cariñosos… jaja… para calmar la sed, aunque sea un rato.

Yo lo que opino es que el amor no nace, no es una electricidad espontánea, se crea y se construye. Sólo falta elegir a la persona con mayor afinidad a ti y entre los dos moldear algo parecido a la felicidad de un cuento de hadas, una historia surrealista personal y destellante que marca, sin lugar a dudas, la cotidianidad de nuestras vidas.

viernes, 24 de julio de 2009

El cocodrilo

Felisberto Hernández (Montevideo, 20 de octubre de 1902 — ídem, 13 de enero de 1964), pianista y escritor uruguayo, considerado uno de los principales exponentes de la literatura fantástica de todo el idioma.

EL COCODRILO






En una noche de otoño hacía calor húmedo y yo fui a una ciudad que me era casi desconocida; la poca luz de las calles estaba atenuada por la humedad y por algunas hojas de los árboles. Entré a un café que estaba cerca de una iglesia, me senté a una mesa del fondo y pensé en mi vida. Yo sabía aislar las horas de felicidad y encerrarme en ellas; primero robaba con los ojos cualquier cosa descuidada de la calle o del interior de las casas y después la llevaba a mi soledad. Gozaba tanto al repasarla que si la gente lo hubiera sabido me hubiera odiado. Tal vez no me quedara mucho tiempo de felicidad. Antes yo había cruzado por aquellas ciudades dando conciertos de piano; las horas de dicha habían sido escasas, pues vivía en la angustia de reunir gentes que quisieran aprobar la realización de un concierto; tenía que coordinarlos, influirlos mutuamente y tratar de encontrar algún hombre que fuera activo. Casi siempre eso era como luchar con borrachos lentos y distraídos: cuando lograba traer uno el otro se me iba. Además yo tenía que estudiar y escribirme artículos en los diarios.

Desde hacía algún tiempo ya no tenía esa preocupación: alcancé a entrar en una gran casa de medias para mujer. Había pensado que las medias eran más necesarias que los conciertos y que sería más fácil colocarlas. Un amigo mío le dijo al gerente que yo tenía muchas relaciones femeninas, porque era concertista de piano y había recorrido muchas ciudades: entonces, podría aprovechar la influencia de los conciertos para colocar medias.

El gerente había torcido el gesto; pero aceptó, no sólo por la influencia de mi amigo, sino porque yo había sacado el segundo premio en las leyendas de propaganda para esas medias. Su marca era "Ilusión". Y mi frase había sido: "¿Quién no acaricia, hoy, una media Ilusión?". Pero vender medias también me resultaba muy difícil y esperaba que de un momento a otro me llamaran de la casa central y me suprimieran el viático. Al principio yo había hecho un gran esfuerzo. (La venta de medias no tenía nada que ver con mis conciertos: y yo tenía que entendérmelas nada más que con los comerciantes). Cuando encontraba antiguos conocidos les decía que la representación de una gran casa comercial me permitía viajar con independencia y no obligar a mis amigos a patrocinar conciertos cuando no eran oportunos. Jamás habían sido oportunos mis conciertos. En esta misma ciudad me habían puesto pretextos poco comunes: el presidente del Club estaba de mal humor porque yo lo había hecho levantar de la mesa de juego y me dijo que habiendo muerto una persona que tenía muchos parientes, media ciudad estaba enlutada. Ahora yo les decía: estaré unos días para ver si surge naturalmente el deseo de un concierto; pero le producía mala impresión el hecho de que un concertista vendiera medias. Y en cuanto a colocar medias, todas las mañanas yo me animaba y todas las noches me desanimaba; era como vestirse y desnudarse. Me costaba renovar a cada instante cierta fuerza grosera necesaria para insistir ante comerciantes siempre apurados. Pero ahora me había resignado a esperar que me echaran y trataba de disfrutar mientras me duraba el viático.

De pronto me di cuenta que había entrado al café un ciego con un arpa; yo le había visto por la tarde. Decidí irme antes de perder la voluntad de disfrutar de la vida; pero al pasar cerca de él volví a verlo con un sombrero de alas mal dobladas y dando vuelta los ojos hacia el cielo mientras hacía el esfuerzo de tocar; algunas cuerdas del arpa estaban añadidas y la madera clara del instrumento y todo el hombre estaban cubiertos de una mugre que yo nunca había visto. Pensé en mí y sentí depresión.

Cuando encendí la luz en la pieza de mi hotel, vi mi cama de aquellos días. Estaba abierta y sus varillas niqueladas me hacían pensar en una loca joven que se entregaba a cualquiera. Después de acostado apagué la luz pero no podía dormir. Volví a encendería y la bombita se asomó debajo de la pantalla como el globo de un ojo bajo un párpado oscuro. La apagué en seguida y quise pensar en el negocio de las medias pero seguí viendo por un momento, en la oscuridad, la pantalla de luz. Se había convertido a un color claro; después, su forma, como si fuera el alma en pena de la pantalla, empezó a irse hacia un lado y a fundirse en lo oscuro. Todo eso ocurrió en el tiempo que tardaría un secante en absorber la tinta derramada.

Al otro día de mañana, después de vestirme y animarme, fui a ver si el ferrocarril de la noche me había traído malas noticias. No tuve carta ni telegrama. Decidí recorrer los negocios de una de las calles principales. En la punta de esa calle había una tienda. Al entrar me encontré en una habitación llena de trapos y chucherías hasta el techo. Sólo había un maniquí desnudo, de tela roja, que en vez de cabeza tenía una perilla negra. Golpeé las manos y en seguida todos los trapos se tragaron el ruido. Detrás del maniquí apareció una niña, como de diez años, que me dijo con mal modo:

-¿Qué quieres?

-¿Está el dueño?

-No hay dueño. La que manda es mi mamá.

-¿Ella no está?

-Fue a lo de doña Vicenta y viene en seguida.

Apareció un niño como de tres años. Se agarró de la pollera de la hermana y se quedaron un rato en fila, el maniquí, la niña y el niño. Yo dije:

-Voy a esperar.

La niña no contestó nada. Me senté en un cajón y empecé a jugar con el hermanito. Recordé que tenía un chocolatín de los que había comprado en el cine y lo saqué del bolsillo. Rápidamente se acercó el chiquilín y me lo quitó. Entonces yo me puse las manos en la cara y fingí llorar con sollozos. Tenía tapados los ojos y en la oscuridad que había en el hueco de mis manos abrí pequeñas rendijas y empecé a mirar al niño. Él me observaba inmóvil y yo cada vez lloraba más fuerte. Por fin él se decidió a ponerme el chocolatín en la rodilla. Entonces yo me reí y se lo di. Pero al mismo tiempo me di cuenta que yo tenía la cara mojada.

Salí de allí antes que viniera la dueña. Al pasar por una joyería me miré en un espejo y tenía los ojos secos. Después de almorzar estuve en el café; pero vi al ciego del arpa revolear los ojos hacia arriba y salí en seguida. Entonces fui a una plaza solitaria de un lugar despoblado y me senté en un banco que tenía enfrente un muro de enredaderas. Allí pensé en las lágrimas de la mañana. Estaba intrigado por el hecho de que me hubieran salido; y quise estar solo como si me escondiera para hacer andar un juguete que sin querer había hecho funcionar, hacía pocas horas. Tenía un poco de vergüenza ante mí mismo de ponerme a llorar sin tener pretexto, aunque fuera en broma, como lo había tenido en la mañana. Arrugué la nariz y los ojos, con un poco de timidez para ver si me salían las lágrimas; pero después pensé que no debería buscar el llanto como quien escurre un trapo; tendría que entregarme al hecho con más sinceridad; entonces me puse las manos en la cara. Aquella actitud tuvo algo de serio; me conmoví inesperadamente; sentí como cierta lástima de mí mismo y las lágrimas empezaron a salir. Hacía rato que yo estaba llorando cuando vi que de arriba del muro venían bajando dos piernas de mujer con medias "Ilusión" semibrillantes. Y en seguida noté una pollera verde que se confundía con la enredadera. Yo no había oído colocar la escalera. La mujer estaba en el último escalón y yo me sequé rápidamente las lágrimas; pero volví a poner la cabeza baja y como si estuviese pensativo. La mujer se acercó lentamente y se sentó a mi lado. Ella había bajado dándome la espalda y yo no sabía cómo era su cara. Por fin me dijo:

-¿Qué le pasa? Yo soy una persona en la que usted puede confiar...

Transcurrieron unos instantes. Yo fruncí el entrecejo como para esconderme y seguir esperando. Nunca había hecho ese gesto y me temblaban las cejas. Después hice un movimiento con la mano como para empezar a hablar y todavía no se me había ocurrido qué podría decirle. Ella tomó de nuevo la palabra:

-Hable, hable nomás. Yo he tenido hijos y sé lo que son penas.

Yo ya me había imaginado una cara para aquella mujer y aquella pollera verde. Pero cuando dijo lo de los hijos y las penas me imaginé otra. Al mismo tiempo dije:

-Es necesario que piense un poco.

Ella contestó:

-En estos asuntos, cuanto más se piensa es peor.

De pronto sentí caer, cerca de mí, un trapo mojado. Pero resultó ser una gran hoja de plátano cargada de humedad. Al poco rato ella volvió a preguntar:

-Dígame la verdad, ¿cómo es ella?

Al principio a mí me hizo gracia. Después me vino a la memoria una novia que yo había tenido. Cuando yo no la quería acompañar a caminar por la orilla de un arroyo -donde ella se había paseado con el padre cuando él vivía- esa novia mía lloraba silenciosamente. Entonces, aunque yo estaba aburrido de ir siempre por el mismo lado, condescendía. Y pensando en esto se me ocurrió decir a la mujer que ahora tenía al lado:

-Ella era una mujer que lloraba a menudo.

Esta mujer puso sus manos grandes y un poco coloradas encima de la pollera verde y se rió mientras me decía:

-Ustedes siempre creen en las lágrimas de las mujeres.

Yo pensé en las mías; me sentí un poco desconcertado, me levanté del banco y le dije:

-Creo que usted está equivocada. Pero igual le agradezco el consuelo.

Y me fui sin mirarla.

Al otro día, cuando ya estaba bastante adelantada la mañana, entré a una de las tiendas más importantes. El dueño extendió mis medias en el mostrador y las estuvo acariciando con sus dedos cuadrados un buen rato. Parecía que no oía mis palabras. Tenía las patillas canosas como si se hubiera dejado en ellas el jabón de afeitar. En esos instantes entraron varias mujeres; y él, antes de irse, me hizo señas de que no me compraría, con uno de aquellos dedos que habían acariciado las medías. Yo me quedé quieto y pensé en insistir; tal vez pudiera entrar en conversación con él, más tarde, cuando no hubiera gente; entonces le hablaría de un yugo que disuelto en agua le teñiría las patillas. La gente no se iba y yo tenía una impaciencia desacostumbrada; hubiera querido salir de aquella tienda, de aquella ciudad y de aquella vida. Pensé en mi país y en muchas cosas más. Y de pronto, cuando ya me estaba tranquilizando, tuve una idea: "¿Qué ocurriría si yo me pusiera a llorar aquí, delante de toda la gente?". Aquello me pareció muy violento; pero yo tenía deseos, desde hacía algún tiempo, de tantear el mundo con algún hecho desacostumbrado; además yo debía demostrarme a mí mismo que era capaz de una gran violencia. Y antes de arrepentirme me senté en una sillita que estaba recostada al mostrador; y rodeado de gente, me puse las manos en la cara y empecé a hacer ruido de sollozos. Casi simultáneamente una mujer soltó un grito y dijo: "Un hombre está llorando". Y después oí el alboroto y pedazos de conversación: "Nena, no te acerques"... "Puede haber recibido alguna mala noticia"... "Recién llegó el tren y la correspondencia no ha tenido tiempo"... "Puede haber recibido la noticia por telegrama"... Por entre los dedos vi una gorda que decía: "Hay que ver cómo está el mundo. ¡Si a mí no me vieran mis hijos, yo también lloraría!". Al principio yo estaba desesperado porque no me salían lágrimas; y hasta pensé que lo tomarían como una burla y me llevarían preso. Pero la angustia y la tremenda fuerza que hice me congestionaron y fueron posibles las primeras lágrimas. Sentí posarse en mi hombro una mano pesada y al oír la voz del dueño reconocí los dedos que habían acariciado las medias. Él decía:

-Pero compañero, un hombre tiene que tener más ánimo...

Entonces yo me levanté como por un resorte; saqué las dos manos de la cara, la tercera que tenía en el hombro, y dije con la cara todavía mojada:

-¡Pero si me va bien! ¡Y tengo mucho ánimo! Lo que pasa es que a veces me viene esto; es como un recuerdo...

A pesar de la expectativa y del silencio que hicieron para mis palabras, oí que una mujer decía:

-¡Ay! Llora por un recuerdo...

Después el dueño anunció:

-Señoras, ya pasó todo.

Yo me sonreía y me limpiaba la cara. En seguida se removió el montón de gente y apareció una mujer chiquita, con ojos de loca, que me dijo:

-Yo lo conozco a usted. Me parece que lo vi en otra parte y que usted estaba agitado.

Pensé que ella me habría visto en un concierto sacudiéndome en un final de programa; pero me callé la boca. Estalló conversación de todas las mujeres y algunas empezaron a irse. Se quedó conmigo la que me conocía. Y se me acercó otra que me dijo:

-Ya sé que usted vende medias. Casualmente yo y algunas amigas mías...

Intervino el dueño:

-No se preocupe, señora (y dirigiéndose a mí): Venga esta tarde.

-Me voy después del almuerzo. ¿Quiere dos docenas?

-No, con media docena...

-La casa no vende por menos de una...

Saqué la libreta de ventas y empecé a llenar la hoja del pedido escribiendo contra el vidrio de una puerta y sin acercarme al dueño. Me rodeaban mujeres conversando alto. Yo tenía miedo que el dueño se arrepintiera. Por fin firmó el pedido y yo salí entre las demás personas.

Pronto se supo que a mí me venía "aquello" que al principio era como un recuerdo. Yo lloré en otras tiendas y vendí más medias que de costumbre. Cuando ya había llorado en varias ciudades mis ventas eran como las de cualquier otro vendedor.

Una vez me llamaron de la casa central -yo ya había llorado por todo el norte de aquel país- esperaba turno para hablar con el gerente y oí desde la habitación próxima lo que decía otro corredor:

-Yo hago todo lo que puedo; ¡pero no me voy a poner a llorar para que me compren!

Y la voz enferma del gerente le respondió:

-Hay que hacer cualquier cosa; y también llorarles...

El corredor interrumpió:

-¡Pero a mí no me salen lágrimas!

Y después de un silencio, el gerente:

-¿Cómo, y quién le ha dicho?

-¡Sí! Hay uno que llora a chorros...

La voz enferma empezó a reírse con esfuerzo y haciendo intervalos de tos. Después oí chistidos y pasos que se alejaron.

Al rato me llamaron y me hicieron llorar ante el gerente, los jefes de sección y otros empleados. Al principio, cuando el gerente me hizo pasar y las cosas se aclararon, él se reía dolorosamente y le salían lágrimas. Me pidió, con muy buenas maneras, una demostración; y apenas accedí entraron unos cuantos empleados que estaban detrás de la puerta. Se hizo mucho alboroto y me pidieron que no llorara todavía. Detrás de una mampara, oí decir:

-Apúrate, que uno de los corredores va a llorar.

-¿Y por qué?

-¡Yo qué sé!

Yo estaba sentado al lado del gerente, en su gran escritorio; habían llamado a uno de los dueños, pero él no podía venir. Los muchachos no se callaban y uno había gritado: "Que piense en la mamita, así llora más pronto". Entonces yo le dije al gerente.

-Cuando ellos hagan silencio, lloraré yo.

Él, con su voz enferma, los amenazó y después de algunos instantes de relativo silencio yo miré por una ventana la copa de un árbol -estábamos en un primer piso- , me puse las manos en la cara y traté de llorar. Tenía cierto disgusto. Siempre que yo había llorado los demás ignoraban mis sentimientos; pero aquellas personas sabían que yo lloraría y eso me inhibía. Cuando por fin me salieron lágrimas saqué una mano de la cara para tomar el pañuelo y para que me vieran la cara mojada. Unos se reían y otros se quedaban serios; entonces yo sacudí la cara violentamente y se rieron todos. Pero en seguida hicieron silencio y empezaron a reírse. Yo me secaba las lágrimas mientras la voz enferma repetía: "Muy bien, muy bien". Tal vez todos estuvieron desilusionados. Y yo me sentía como una botella vacía y chorreada; quería reaccionar, tenía mal humor y ganas de ser malo. Entonces alcancé al gerente y le dije:

-No quisiera que ninguno de ellos utilizara el mismo procedimiento para la venta de medias y desearía que la casa reconociera mi... iniciativa y que me diera exclusividad por algún tiempo.

-Venga mañana y hablaremos de eso.

Al otro día el secretario ya había preparado el documento y leía: "La casa se compromete a no utilizar y a hacer respetar el sistema de propaganda consistente en llorar..." Aquí los dos se rieron y el gerente dijo que aquello estaba mal. Mientras redactaban el documento, yo fui paseándome hasta el mostrador. Detrás de él había una muchacha que me habló mirándome y los ojos parecían pintados por dentro.

-¿Así que usted llora por gusto?

-Es verdad.

-Entonces yo sé más que usted. Usted mismo no sabe que tiene una pena.

Al principio yo me quedé pensativo; y después le dije:

-Mire: no es que yo sea de los más felices; pero sé arreglarme con mi desgracia y soy casi dichoso.

Mientras me iba -el gerente me llamaba- alcancé a ver la mirada de ella: la había puesto encima de mí como si me hubiera dejado una mano en el hombro.

Cuando reanudé las ventas, yo estaba en una pequeña ciudad. Era un día triste y yo no tenía ganas de llorar. Hubiera querido estar solo, en mi pieza, oyendo la lluvia y pensando que el agua me separaba de todo el mundo. Yo viajaba escondido detrás de una careta con lágrimas; pero yo tenía la cara cansada.

De pronto sentí que alguien se había acercado preguntándome:

-¿Qué le pasa?

Entonces yo, como el empleado sorprendido sin trabajar, quise reanudar mi tarea y poniéndome las manos en la cara empecé a hacer los sollozos.

Ese año yo lloré hasta diciembre, dejé de llorar en enero y parte de febrero, empecé a llorar de nuevo después de carnaval. Aquel descanso me hizo bien y volví a llorar con ganas. Mientras tanto yo había extrañado el éxito de mis lágrimas y me había nacido como cierto orgullo de llorar. Eran muchos más los vendedores; pero un actor que representara algo sin previo aviso y convenciera al público con llantos...

Aquel nuevo año yo empecé a llorar por el oeste y llegué a una ciudad donde mis conciertos habían tenido éxito; la segunda vez que estuve allí, el público me había recibido con una ovación cariñosa y prolongada; yo agradecía parado junto al piano y no me dejaban sentar para iniciar el concierto. Seguramente que ahora daría, por lo menos, una audición. Yo lloré allí, por primera vez, en el hotel más lujoso; fue a la hora del almuerzo y en un día radiante. Ya había comido y tomado café, cuando de codos en la mesa, me cubrí la cara con las manos. A los pocos instantes se acercaron algunos amigos que yo había saludado; los dejé parados algún tiempo y mientras tanto, una pobre vieja -que no sé de dónde había salido- se sentó a mi mesa y yo la miraba por entre los dedos ya mojados. Ella bajaba la cabeza y no decía nada; pero tenía una cara tan triste que daban ganas de ponerse a llorar...

El día en que yo di mi primer concierto tenía cierta nerviosidad que me venía del cansancio; estaba en la última obra de la primera parte del programa y tomé uno de los movimientos con demasiada velocidad; ya había intentado detenerme; pero me volví torpe y no tenía bastante equilibrio ni fuerza; no me quedó otro recurso que seguir; pero las manos se me cansaban, perdía nitidez, y me di cuenta de que no llegaría al final. Entonces, antes de pensarlo, ya había sacado las manos del teclado y las tenía en la cara; era la primera vez que lloraba en escena.

Al principio hubo murmullos de sorpresa y no sé por qué alguien intentó aplaudir, pero otros chistaron y yo me levanté. Con una mano me tapaba los ojos y con la otra tanteaba el piano y trataba de salir del escenario. Algunas mujeres gritaron porque creyeron que me caería en la platea; y ya iba a franquear una puerta del decorado, cuando alguien, desde el paraíso me gritó:

-¡Cocodriiilooooo!!

Oí risas; pero fui al camerín, me lavé la cara y aparecí en seguida y con las manos frescas terminé la primera parte. Al final vinieron a saludarme muchas personas y se comentó lo de "cocodrilo". Yo les decía:

-A mí me parece que el que me gritó eso tiene razón: en realidad yo no sé por qué lloro; me viene el llanto y no lo puedo remediar, a lo mejor me es tan natural como lo es para el cocodrilo. En fin, yo no sé tampoco por qué llora el cocodrilo.

Una de las personas que me habían presentado tenía la cabeza alargada; y como se peinaba dejándose el pelo parado, la cabeza hacía pensar en un cepillo. Otro de la rueda lo señaló y me dijo:

-Aquí, el amigo es médico. ¿Qué dice usted, doctor?

Yo me quedé pálido. Él me miró con ojos de investigador policial y me preguntó:

-Dígame una cosa: ¿cuándo llora más usted, de día o de noche?

Yo recordé que nunca lloraba en la noche porque a esa hora no vendía, y le respondí:

-Lloro únicamente de día.

No recuerdo las otras preguntas. Pero al final me aconsejó:

-No coma carne. Usted tiene una vieja intoxicación.

A los pocos días me dieron una fiesta en el club principal. Alquilé un frac con chaleco blanco impecable y en el momento de mirarme al espejo pensaba: "No dirán que este cocodrilo no tiene la barriga blanca. ¡Caramba! Creo que ese animal tiene papada como la mía. Y es voraz..."

Al llegar al Club encontré poca gente. Entonces me di cuenta que había llegado demasiado temprano. Vi a un señor de la comisión y le dije que deseaba trabajar un poco en el piano. De esa manera disimularía el madrugón. Cruzamos una cortina verde y me encontré en una gran sala vacía y preparada para el baile. Frente a la cortina y al otro extremo de la sala estaba el piano. Me acompañaron hasta allí el señor de la comisión y el conserje; mientras abrían el piano -el señor tenía cejas negras y pelo blanco- me decía que la fiesta tendría mucho éxito, que el director del liceo -amigo mío- diría un discurso muy lindo y que él ya lo había oído; trató de recordar algunas frases, pero después decidió que sería mejor no decirme nada. Yo puse las manos en el piano y ellos se fueron. Mientras tocaba pensé: "Esta noche no lloraré... quedaría muy feo... el director del liceo es capaz de desear que yo llore para demostrar el éxito de su discurso. Pero yo no lloraré por nada del mundo".

Hacía rato que veía mover la cortina verde; y de pronto salió de entre sus pliegues una muchacha alta y de cabellera suelta; cerró los ojos como para ver lejos; me miraba y se dirigía a mí trayendo algo en una mano; detrás de ella apareció una sirvienta que la alcanzó y le empezó a hablar de cerca. Yo aproveché para mirarle las piernas y me di cuenta que tenía puesta una sola media; a cada instante hacía movimientos que indicaban el fin de la conversación; pero la sirvienta seguía hablándole y las dos volvían al asunto como a una golosina. Yo seguí tocando el piano y mientras ellas conversaban tuve tiempo de pensar: "¿Qué querrá con la media?... ¿Le habrá salido mala y sabiendo que yo soy corredor...? ¡Y tan luego en esta fiesta!"

Por fin vino y me dijo:

-Perdone, señor, quisiera que me firmara una media.

Al principio me reí; y en seguida traté de hablarle como si ya me hubieran hecho ese pedido otras veces. Empecé a explicarle cómo era que la media no resistía la pluma; yo ya había solucionado eso firmando una etiqueta y después la interesada la pegaba en la media. Pero mientras daba estas explicaciones mostraba la experiencia de un antiguo comerciante que después se hubiera hecho pianista. Ya me empezaba a invadir la angustia, cuando ella se sentó en la silla del piano, y al ponerse la media me decía:

-Es una pena que usted me haya resultado tan mentiroso... debía haberme agradecido la idea.

Yo había puesto los ojos en sus piernas; después los saqué y se me trabaron las ideas. Se hizo un silencio de disgusto. Ella, con la cabeza inclinada, dejaba caer el pelo; y debajo de aquella cortina rubia, las manos se movían como si huyeran. Yo seguía callado y ella no terminaba nunca. Al fin la pierna hizo un movimiento de danza, y el pie, en punta, calzó el zapato en el momento de levantarse, las manos le recogieron el pelo y ella me hizo un saludo silencioso y se fue.

Cuando empezó a entrar gente fui al bar. Se me ocurrió pedir whisky. El mozo me nombró muchas marcas y como yo no conocía ninguna le dije:

-Déme de esa última.

Trepé a un banco del mostrador y traté de no arrugarme la cola del frac. En vez de cocodrilo debía parecer un loro negro. Estaba callado, pensaba en la muchacha de la media y me trastornaba el recuerdo de sus manos apuradas.

Me sentí llevado al salón por el director del liceo. Se suspendió un momento el baile y él dijo su discurso. Pronunció varias veces las palabras "avatares" y "menester". Cuando aplaudieron yo levanté los brazos como un director de orquesta antes de "atacar" y apenas hicieron silencio dije:

-Ahora que debía llorar no puedo. Tampoco puedo hablar y no puedo dejar por más tiempo separados los que han de juntarse para bailar-. Y terminé haciendo una cortesía.

Después de mi vuelta, abracé al director del liceo y por encima de su hombro vi la muchacha de la media. Ella me sonrió y levantó su pollera del lado izquierdo y me mostró el lugar de la media donde había pegado un pequeño retrato mío recortado de un programa. Yo me sentí lleno de alegría pero dije una idiotez que todo el mundo repitió:

-Muy bien, muy bien, la pierna del corazón.

Sin embargo yo me sentí dichoso y fui al bar. Subí de nuevo a un banco y el mozo me preguntó:

-¿Whisky Caballo Blanco?

Y yo, con el ademán de un mosquetero sacando una espada:

-Caballo Blanco o Loro Negro.

Al poco rato vino un muchacho con una mano escondida en la espalda:

-El Pocho me dijo que a usted no le hace mala impresión que le digan "Cocodrilo".

-Es verdad, me gusta.

Entonces él sacó la mano de la espalda y me mostró una caricatura. Era un gran cocodrilo muy parecido a mí; tenía una pequeña mano en la boca, donde los dientes eran un teclado; y de la otra mano le colgaba una media; con ella se enjugaba las lágrimas.

Cuando los amigos me llevaron a mi hotel yo pensaba en todo lo que había llorado en aquel país y sentía un placer maligno en haberlos engañado; me consideraba como un burgués de la angustia. Pero cuando estuve solo en mi pieza, me ocurrió algo inesperado: primero me miré en el espejo; tenía la caricatura en la mano y alternativamente miraba al cocodrilo y a mi cara. De pronto y sin haberme propuesto imitar al cocodrilo, mi cara, por su cuenta, se echó a llorar. Yo la miraba como a una hermana de quien ignoraba su desgracia. Tenía arrugas nuevas y por entre ellas corrían las lágrimas. Apagué la luz y me acosté. Mi cara seguía llorando; las lágrimas resbalaban por la nariz y caían por la almohada. Y así me dormí. Cuando me desperté sentí el escozor de las lágrimas que se habían secado. Quise levantarme y lavarme los ojos; pero tuve miedo que la cara se pusiera a llorar de nuevo. Me quedé quieto y hacía girar los ojos en la oscuridad, como aquel ciego que tocaba el arpa.

martes, 14 de julio de 2009

Ven a tomar un café con Manuel Felguérez

Ven a tomar un café con…. retoma la iniciativa de intercambio entre artistas y diversos públicos del museo, desarrollada durante la gestión de la Dra. Teresa del Conde al frente del MAM. Ven a tomar un café con... permite disfrutar de un buen café y a la vez ser parte de un diálogo abierto con los artistas más prestigiados de México. Por años este evento reunió en el jardín a un buen número de creadores, abordados por un público entusiasta. Al abrir un nuevo ciclo del evento, el Museo de Arte Moderno recupera este proyecto para sus visitantes, en el interés por mantener aquellas experiencias que, con los años, pueden convertirse por sí mismas en una tradición cultural.


Después de contar con la presencia de Jan Hendrix, en esta ocasión Venga a tomar café con Manuel Felguérez en el jardín del MAM este próximo sábado 18 de julio, 12:00 horas.



Daniel Quintero B.
Comunicación
Museo de Arte Moderno
Tel. 5553-6233
Cel. 04455-1702-9119

jueves, 9 de julio de 2009

Taller de Escritura Creativa (Intensivos de Verano)



miércoles, 8 de julio de 2009

Inauguración de Exposiciones ANIMA MUNDI DE NADJA LOZANO Y MÁS IGUAL A MENOS DE EMILIO CHAPELA PÉREZ



El próximo viernes 10 de julio tendrá lugar la inauguración las exposiciones de dos jóvenes artistas capitalinos: Nadja Lozano y Emilio Chapela, en el Museo de Arte Abstracto Manuel Felguérez en punto de las 20:30 horas en las Salas de Temporales I y II.



Anima Mundi, de la artista Nadja Lozano, es una exposición que une las grandes tradiciones del paisaje y la abstracción. Con cuadros de grande y mediano formato, y pequeños estudios la joven pintora propone al espectador que dialoga con su pintura “ver el paisaje para verse a sí mismo” y el cuadro abstracto como el espejo que posibilita esta observación.



Por su parte, el artista Emilio Chapela Pérez, en su exposición titulada Más igual a menos, nos propone una serie de imágenes, expresiones de color y “amorfas” creadas a través de la suma y saturación de particularidades, como una especie de “abstracción inversa”...



Amigos, esperamos que nos acompañen y hagan extensiva la invitación.


Reciba un cordial saludo de,
Museo de Arte Abstracto Manuel Felguérez
Gabriela Vargas Ortíz
Jefe de Relaciones Públicas

Selección Oficial de Películas Mexicanas del Festival Internacional de Cine Expresión en Corto 2009

México, D.F., 8 de Julio de 2009. El Festival Internacional de Cine Expresión en Corto cerró la convocatoria para su XII edición el 1º de Mayo de 2009 superando las expectativas, ya que se recibieron dos mil 187 trabajos procedentes de 84 países y de 29 estados de la República Mexicana.

La selección oficial para las distintas categorías convocadas (ópera prima, ficción cine, ficción video, documental largo, documental corto, cortometraje de animación, cortometraje experimental, selección oficial México, selección oficial Guanajuato, locura de medianoche, programa especial ecología y programa para niños) se conforma de las siguientes cintas:

PELÍCULA

REALIZADOR

PAÍS

ESTADO

SELECCIÓN OFICIAL ÓPERA PRIMA

Todos Hemos Pecado

Alejandro Ramírez

México

Puebla

Cletaraxia

Diego de La Mattaz

México

Guanajuato / León

Caja Negra

Ariel Gordon

México

Distrito Federal

Crónicas Chilangas

Carlos Enderle

México

Distrito Federal

Amor, Dolor y viceversa

Alfonso Pineda Ulloa

México

Distrito Federal

Parque Vía

Enrique Rivero

México

Distrito Federal

5 Días Sin Nora

Mariana Chenillo

México

Distrito Federal

Morenita

Alan Jonsson

México, USA

Distrito Federal

La Milagrosa

Rafa Lara

México, Colombia

Distrito Federal

SELECCIÓN OFICIAL FICCIÓN CINE

Tierra y Pan

Carlos Armella

México

Distrito Federal

Roma

Elisa Miller

México

Distrito Federal

Ave pájaro

Carlos Clausell

México

Distrito Federal

SELECCIÓN OFICIAL FICCIÓN VIDEO

Scarlett

Jhasua A. Camarena

México

Jalisco

Reflejos

Oscar Urrutia

México

Yucatán

SELECCIÓN OFICIAL DOCUMENTAL LARGO

Los Herederos

Eugenio Polgovsky

México

Distrito Federal

Re-encounters: Between Memories and Nostalgia

Yolanda Cruz

México

Distrito Federal

SELECCIÓN OFICIAL DOCUMENTAL CORTO

Cine a Mano

Agustín Tapia Muñoz

México

Distrito Federal

Entrevista con la tierra

Nicolás Pereda

México, Canadá

Distrito Federal

SELECCIÓN OFICIAL CORTOMETRAJE ANIMACIÓN

Jaulas

Juan José Medina

México

Jalisco

El armadillo fronterizo

Miguel Anaya Borja

México

Distrito Federal

SELECCIÓN OFICIAL CORTOMETRAJE EXPERIMENTAL

(N)

Francisco Westendarp

México

Querétaro

SELECCIÓN OFICIAL MÉXICO

El sótano

Mario Guerrero

México

Distrito Federal

Sobre ruedas

Ivonne Delgadillo

México

Jalisco

El horno

Raúl Antonio Caballero Carreto

México

Distrito Federal

Epílogo

Carlos Correa

México

Jalisco

Luces negras

Samuel Kishi

México

Jalisco

Se Jodió la Navidad

Carlos Cruz

México

México

El Ángel

Manuel Caballero

México

La Casa Invita

Misael Rubio

México

Distrito Federal

Buenas Intenciones

Iván Lomelí

México

Distrito Federal

La Espera

Pablo Tamez

México

Distrito Federal

Sofá

Elise Durant

México

Guanajuato / San Miguel de Allende

Gravedad

Pedro Gomez Millán

México

Distrito Federal

Fogatas en el Cielo

Cesar Salgado Alemán

México

Puebla

Peregrinación

Enrique Arroyo Schroeder

México

Distrito Federal

La tortuga de arena

Joaquín Ortiz Loustaunau

México

San Luis Potosí

Sara

Alejandro Montes

México

Distrito Federal

El Jardín que se Seca

Marcelo González

México

Nuevo León

Nuestra Imagen Actual

Santiago Torres Pérez

México

Distrito Federal

Rosita (El Espejo)

Michael Ramos Araizaga

México

Distrito Federal

Calentamiento Local

Fernando Frías de la Parra

México

Distrito Federal

Sikuelachi, escuela en medio de la Sierra Tarahumara

Ernesto Lehn

México

Distrito Federal

Poetas, Músicos y Locos

Guinduri Arrollo

México

Distrito Federal

Oda

Pablo Leon

México

Jalisco

Día de Pinta

Michael Wiebach

México

Guanajuato / San Miguel de Allende

nación Apache

Carlos Muñoz

México

Distrito Federal

El Sueño del Coyote

Marco Rubio

México

Distrito Federal

Alarma!

Bernardo Loyola y Santiago Stelley

México, EUA

Distrito Federal

Mujer Atrapada en habitación con tormenta

Ianis Guerrero

México

Jalisco

SELECCIÓN OFICIAL GUANAJUATO

Esclavos

Roberto Gómez Oliva

México

Guanajuato

mascaras mojadas

Hiram G. Rodriguez

México

Guanajuato

Pastillas para dormir

José de Jesús Muñoz Hernández

México

Guanajuato

Regina

Mónica Daniela Ortega Elizalde

México

Guanajuato

Ver Veris

Tzintzun Aguilar Izzo

México

Guanajuato

A Strange Courtship

Ashley Fell

México

Guanajuato

mesa de manjares

Aldo Laurel Fernández

México

Guanajuato

Robot Pro 5

Álvaro Ramiro Vera Torres

México

Guanajuato

El mundo no es lo que esperabas

José de Jesús Muñoz Hernández

México

Guanajuato

El Ensayo

Alejandro Zambrano Hernández

México

Guanajuato

Novre

Carlo Olmos Carrillo

México

Guanajuato

Brand Upon The Train

Ricardo Barba

México

Guanajuato

La Otra Ruta

Carlos Gerardo García

México

Guanajuato

Al canto del bajío

Fernando Colín

México

Guanajuato

Cándido Navarro, un rebelde en el Bajío

Julio C. León M.

México

Guanajuato

LOCURA DE MEDIANOCHE

Señorita Sol

Beatriz Alejandra Hernández Osorno

México

Jalisco

PROGRAMA ESPECIAL ECOLOGÍA

Reciclados

Enrique Martínez Tapia

México

Distrito Federal

PROGRAMA PARA NIÑOS

RE-evolución

Bulmaro Hernández

México

Distrito Federal

El gran bang

Llamarada de Petate

México

Distrito Federal

Galileo el observador

Alfredo Basulto Lemuz

México

Jalisco

¿Y el agua?

Dominique Jonard

México

Morelia

Un duelo

Felipe Esquivel Reed

México

Distrito Federal

El Descenso

Rafael Macazaga

México

Veracruz

Apaga una luz

Antonio Torres Salinas, Idea original Javier García Rivera

México

Distrito Federal

Desde Adentro

Rafael Macazaga

México

Veracruz

El Festival Internacional de Cine Expresión en Corto se llevará a cabo del 24 de julio al 2 de agosto, 2009, en San Miguel de Allende y Guanajuato Capital teniendo como invitado a Reino Unido.

…más cine, por favor!

Para mayor información comunícate a Mátrika Comunicación con Jorge Rendón Riba o Corina Rojas Caudillo.

Visita www.expresionencorto.com donde encontrarás la lista de los seleccionados oficiales en cada una de las categorías.

Mátrika Comunicación

Jorge Rendón Riba

Corina Rojas Caudillo

(+5255) 5687-9348

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