La novia le habla a su madre, un jugador de rugby.
Novia
Entra. Hace dos días que no te veo. (Se abrazan) (El Jugador de rugby no habla, sólo fuma y aplasta en el piso el cigarro. Da muestras de gran vitalidad y abraza con ímpetu a la Novia.)
Hoy me has besado de una manera distinta. Siempre cambias, amor mío. Ayer no te vi, ¿sabes? Pero estuve viendo el caballo. Era hermoso. Blanco y con los cascos dorados entre el heno de los pesebres. (Se sientan en un sofá que hay al pie de la cama.)
Pero tú eres más hermoso. Porque eres como un dragón. (Le abraza) Creo que me vas a quebrar entre tus brazos porque soy débil, porque soy pequeña, porque soy como la escarcha, porque soy como una diminuta guitarra quemada por el sol y no me quiebras. (El jugador de rugby le hecha el humo en la cara.) (La Novia pasándole las manos por el cuerpo.)
Detrás de toda esta sombra hay como una trabazón de puentes de plata para estrecharme a mí y para defenderme a mí que soy pequeñita como un botón, pequeñita como una abeja que entrara en el salón del trono, ¿verdad?, ¿verdad que sí? Me iré contigo. (Apoya la cabeza en el pecho del Jugador.) Dragón, dragón mío. ¿Cuántos corazones tienes? Hay en tu pecho como un torrente donde yo me voy a ahogar. Me voy a ahogar... (le mira) y luego tú saldrás corriendo (llora) y me dejarás muerta por las orillas.
(El Jugador se lleva otro cigarro puro a la boca y la Novia se lo enciende.)
¡Oh! (Le besa) ¡Qué ascua blanca, qué fuego de marfil derraman tus dientes! Mi novio tenía los dientes helados; me besaba, y sus labios se le cubrían de pequeñas hojas marchitas; eran como labios secos. Yo me corté las trenzas porque le gustaban mucho, como ahora voy descalza porque te gusta a ti. ¿Verdad?, ¿verdad que sí? (El Jugador la besa.) Es preciso que nos vayamos. Mi novio vendrá.
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