En el siglo XIX se tenía la costumbre de fotografiar a los recién fallecidos vestidos con su ropa personal, solos o junto a sus compañeros, familiares y amigos. El motivo es que en ese tiempo se tenía una visión más sentimental sobre la muerte, al grado de verla, en algunas ocasiones, como un privilegio.
La costumbre se remonta desde el Renacimiento, como aún no existía la cámara fotográfica en ese entonces, se utilizaba el retrato por medio de la pintura.
Pero en 1839 Louis Daguerre creó la obtención de fotografías basado en la plata denominado daguerrotipo, y con ello las fotografías post mortem que se difundieron de París, Francia, hacia otros países.
Los tiempos de exposición eran muy largos, por lo que los difuntos eran materiales ideales para el retrato, pues difícilmente las personas podían soportar sesiones tan largas, para ello se crearon unos soportes disimulados para sostener la cabeza y el resto de los miembros y así evitar que la persona se moviera.
En cuanto a los difuntos, se les fotografiaban “cenando” en la misma mesa con sus familiares vivos, o en el caso de los bebés dentro de sus carros junto a sus padres, en el regazo o con sus juguetes. En ocasiones se les agregaban elementos icónicos, como una rosa con el tallo corto volteada hacia abajo, que simbolizaba la muerte de una persona joven, o los relojes de mano que mostraban la hora de la muerte, etc.
Hay que comprender que en ese entonces las fotografías no eran tan habituales como lo es ahora, por lo que existían personas que en su vida se habían tomado una fotografía y la única forma de recordarlos era retratándolos muertos.
Además, los índices de mortandad en aquellos tiempos eran muy elevados, sobre todo en niños, la tasa de mortandad era prácticamente igual al número de nacimientos. Tan sólo el 60% de ellos llegaba a edad adulta. La mayoría de las muertes infantiles eran a causa de la viruela y la fiebre amarilla; sin mencionar las mujeres que morían en el parto.
La costumbre de las imágenes post mortem se fueron haciendo tan popular que llegó a ser una adquisición común. Se puede decir que en 1860 todos los miembros de la sociedad podían pagar por un retrato, aunque su uso se seguía reservando para eventos especiales, pues no dejaban de ser algo costoso. Aún así se popularizó tanto, que en algunos lugares era un requisito social “obligatorio” tener las fotografías de sus seres queridos antes de sepultar el cuerpo. El fenómeno se difundió por Europa y Norteamérica y hubo fotógrafos especializados en este tipo de tomas.
Al principio se retrataba a los muertos como si estuvieran dormidos, otorgando una imagen natural que simbolizaba el “eterno descanso”. Otra forma era acomodarlos de modo que simulara algún acto cotidiano, para ello se abrían los ojos del difunto con utensilios diversos (lo más común era usar una cucharilla de café) y luego se colocaba correctamente el ojo en la cuenca.
El fotógrafo tenía completa libertad para vestir y disponer el cuerpo como considerara lo más apropiado. Eran expertos del maquillaje, en ocasiones obtenían resultados espectaculares y en algunos otros más bien patéticos.
Las tomas solían hacerse en picado o contrapicado, lo más común era tomar sólo el rostro del fallecido, enfatizándola y evitando cualquier tipo de ornamentación, llevando a una confrontación directa y cruda con la persona muerta cuando se observa el retrato.
Tomas Helsby ofrecía este tipo de retratos en 1848 al igual que Bartola Luigi con su socio Aldanondo Antonio, que en 1856 instalaron su estudio especializándose en retratos post mortem. Otro fotógrafo, Daviette, de nacionalidad francesa, en conjunto con el profesor Furnier ofrecían en Perú entre los años 1844-1846, los servicios de fotografías de difuntos en la cuál recalcaban con avisos en el diario local la posibilidad de inmortalizar al ser querido. En los avisos él mismo se anunciaba como “artista fotogénico” el cuál se encargaba de “retratar los difuntos como cuadros al óleo”.
Otro de los fotógrafos más populares era Francisco Rave, junto con su socio José María Aguilar, publicaba en el diario El Nacional de 1861 algunos anuncios como: “Se retratan cadáveres a domicilio, a precios acomodados…”.
La costumbre siguió en América
En América la mortandad era muy alta, es decir, una familia común de entre 8 y 10 hijos solían fallecerles la mitad, a estas fotografías post mortem de niños se les conocía como “Angelitos”. Esto es porque en la cultura religiosa católica, a los niños que morían sin pecado original por haber sido bautizados y sin ningún otro pecado en vida, iban directamente al cielo para convertirse en Angelitos, por el contrario, los que no habían sido bautizados eran enterrados con los ojos abiertos para que pudiesen ver la gloria del señor. El fotógrafo mexicano más famoso en este tipo de fotografía es Juan de Dios Machain de Guadalajara.
En Argentina las fotografías post mortem comenzaron a tener otro sentido una vez que estas aparecieron en los medios masivos de comunicación, pues dejó de ser una relación directa y personal de los familiares del difunto para inmortalizar a su ser querido, a ilustrar un suceso periodístico ofrecido en el mercado para un lector anónimo.
Entre estas fotografías, las más conocidas e importantes de la época en Argentina fueron las de Sarmiento y Mitre. La primera fue tomada por un profesional de estudio con cámara de placa, bajo una escena premeditada y relacionada directamente con la imagen que se quería mostrar del prócer para la posteridad. En cambio la fotografía de Mitre fue realizada en su lecho de muerte en plena agonía con el fin de registrar el momento exacto de su muerte, con un propósito completamente periodístico; ésta ha sido retocada con tempera blanca, propio de las fotos preparadas para una edición periodística.
Las primeras fotos de difuntos en los medios de comunicación en Argentina fueron publicadas en la revista Caras y Caretas, en 1898, la primera revista ilustrada importante del país, la cual fue incrementando la cantidad de imágenes pertenecientes a figuras públicas con el fin de ofrecer noticias de carácter público por lo que hicieron en vida, sea bueno o malo.
Con el paso del tiempo esta práctica se fue perdiendo hasta el punto de llegar a ser repudiada, y volviéndose cada vez más sensacionalista. Actualmente la sensibilidad contemporánea es totalmente ajena a sus motivaciones y este tipo de fotografías se han convertido en una práctica impensable con un ser querido. Aún así en las ceremonias reales y velatorios de personajes públicos de la sociedad: artistas, políticos, etc., se siguen presentando estas fotografías, pero con una función completamente diferente en el ámbito forense.