lunes, 25 de agosto de 2008

Rubén Bonifaz Nuño es galardonado con la Medalla Rosario Castellanos



La “Medalla Rosario Castellanos” es la máxima distinción que otorga el Honorable Congreso del Estado y fue instituida para premiar a los mexicanos que se hayan distinguido por el desarrollo de la ciencia, el arte o la virtud en grado eminente como servidores de nuestro estado, de la patria o de la humanidad. De esta manera, el 25 de agosto de 2005 Rubén Bonifaz Nuño recibió la Medalla Rosario Castellanos que entregó por primera vez el Congreso del Estado de Chiapas, e impuso el Gobernador del Estado, Pablo Salazar Mendiguchía, en sesión solemne realizada en el Palacio Legislativo. En su discurso, Bonifaz Nuño destacó la importancia de la distinción porque lleva el nombre de una gran escritora y muy amiga suya. Sin mencionar que Chiapas es el pueblo de su origen, pues su padre nació en San Cristóbal de las Casas y sus dos hermanos nacieron también en Chiapas. Bonifaz Nuño nació en Córdoba, Veracruz, en 1923. Se graduó como abogado en la Escuela Nacional de Jurisprudencia y obtuvo el doctorado en Letras Clásicas en 1971 en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México. Ahí convivió y fue amigo de la poetisa Rosario Castellanos. Se inició como profesor de latín y su trayectoria como docente ha sido una de las más brillantes dentro de la UNAM. La formación humanística llevó a Rubén Bonifaz Nuño hacia una poesía de síntesis en que se concilian el rigor clásico y las palabras en libertad, el oscuro y muchas veces una mezcla entre el universo náhuatl y la tradición grecolatina. Su producción poética de 1945 a 1971 fue recopilada en De otro modo lo mismo, poesía 1945-1971 (1978), posteriormente publicó Versos, 1978-1994 (1996), ambos publicados por el Fondo de Cultura Económica. Ha traducido del latín y del griego a Ovidio, Catulo, Lucrecio y Homero, entre otros.

Amiga a la que amo...

Amiga a la que amo: no envejezcas.
Que se detenga el tiempo sin tocarte;
que no te quite el manto
de la perfecta juventud. Inmóvil
junto a tu cuerpo de muchacha dulce
quede, al hallarte, el tiempo.



Si tu hermosura ha sido
la llave del amor, si tu hermosura
con el amor me ha dado
la certidumbre de la dicha,
la compañía sin dolor, el vuelo,
guárdate hermosa, joven siempre.



No quiero ni pensar lo que tendría
de soledad mi corazón necesitado,
si la vejez dañina, prejuiciosa
cargara en ti la mano,
y mordiera tu piel, desvencijara
tus dientes, y la música
que mueves, al moverte, deshiciera.



Guárdame siempre en la delicia
de tus dientes parejos, de tus ojos,
de tus olores buenos,
de tus brazos que me enseñas
cuando a solas conmigo te has quedado
desnuda toda, en sombras,
sin más luz que la tuya,
porque tu cuerpo alumbra cuando amas,
más tierna tú que las pequeñas flores
con que te adorno a veces.



Guárdame en la alegría de mirarte
ir y venir en ritmo, caminando
y, al caminar, meciéndote
como si regresaras de la llave del agua
llevando un cántaro en el hombro.



Y cuando me haga viejo,
y engorde y quede calvo, no te apiades
de mis ojos hinchados, de mis dientes
postizos, de las canas que me salgan
por la nariz. Aléjame,
no te apiades, destiérrame, te pido;
hermosa entonces, joven como ahora,
no me ames: recuérdame
tal como fui al cantarte, cuando era
yo tu voz y tu escudo,
y estabas sola, y te sirvió mi mano.

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