sábado, 5 de julio de 2008

Esperanza Pagana

Un texto de Beatriz Bezares García

El día indicado para hacerlo, una joven pareja preparó el nido en el que traerá al mundo a su primer hijo. La mujer juntó ramitas y hojas secas, mientras su compañero formó el barro con tierra roja y agua destilada. Luego mezclaron el barro junto con las ramitas y las hojas secas, y con la ayuda de una piedra redonda, le dieron forma al nido.

Tomados de la mano, entró la feliz pareja al cuarto de maternidad, y con sumo cuidado, colocaron su nido sobre una de aquellas columnas disponibles. La mujer se sintió preparada, y con un dulce beso, le anunció a su esposo que estaba a punto de concebir.

Él la recostó sobre el suelo para que estuviera más cómoda y le ofreció una piedra, que a un lado se encontraba, para que la pudiera usar como almohada. Los espectadores observaban aquel espectáculo con agrado detrás de los ventanales lamentando no poder ayudar; sin embargo comprendían que aquel ritual estaba destinado sólo a la pareja, a nadie más.

Tras un fuerte pujido, un gran huevo salió del vientre de la madre. Ambos jóvenes agradecieron a los dioses todas sus bendiciones. El padre, con ayuda de una escalera, colocó el huevo dentro del nido, encendió las celdas solares que sobre éste se hallaba, y regresó con su mujer. Hincados por debajo del nido, oraron al dios de la maternidad por el porvenir y futuro de su heredero.

Mientras esperaban a que el huevo se rompiera, prepararon todo lo necesario para que la llegada de su hijo fuera placentera.

Pasado mucho tiempo, el huevo por fin se rompió, y el nuevo hombre saltó del nido. Se trataba de un hombre musculoso de color canela con rizos dorados. Su cuerpo desnudo denunciaba que la perfección humana era posible, y que era a través de la transición cuando el hombre se infectaba de vicios.

El nuevo hombre se presentó ante sus padres, inclinó su cuerpo hacia delante como muestra de respeto y después les regaló la danza ritual del nacimiento. Sus piernas y brazos se movían con gracia y seguían puntualmente los compases recibidos por sus oídos.

Luego tres damas salieron al encuentro del recién nacido, lo bañaron con perfumes finos, lo secaron y lo prepararon para la despedida. Con amor y respeto, las damas lo raparon. Colocaron los rizos en una vasija que contenía aceites y los machacaron. Con el producto formaron incienso de finos olores y se lo obsequiaron a los padres. Ellos lo tomaron con gratitud, y con lágrimas en los ojos, la madre se despidió de su primogénito.

Después de despedirse también de los observadores, partió el hombre hasta la orilla del reino y con el rostro bien en alto, se arrojó al vacío.
Ahora, en este largo recorrido por la nada, el cuerpo del hombre se desintegra lentamente por la velocidad de la caída; pero como la materia no se crea ni se destruye, sólo se transforma, aquello que solía nombrarse carne, ahora es una borrosa imagen de solamente luz.

Esa luz se adelgaza y sigue cayendo. Y tras la caída, se ve como claramente la, solamente luz, se convierte en plata. El hilo de plata sigue cayendo y va entrando a la tierra, cada vez más veloz, más preciso…. Y más rápido….

No se puede distinguir hacia donde va, sólo sé que sigue ahí, cayendo. De pronto se detiene, encontró su meta. Es un cuarto oscuro, pero dentro de la oscuridad se alcanza a ver dos humanos desnudos, uno encima del otro, ella le acaba de preguntar el nombre al sujeto que la acecha por el cuello, que la lame y que le pide besos.

El hilo de plata no quiere perder más tiempo y se adentra al vientre de la mujer. Es todo…. Sólo falta esperar, a que esta desconocida mujer de a luz. Una mujer que traerá al mundo a otro elegido más.

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